Justo un día después de dejar el cargo de hermano mayor de la Hiniesta, Adolfo Arenas Castillo era elegido presidente del Consejo General de Hermandades y Cofradías de Sevilla. Era junio de 2008 y el nieto del imaginero Antonio Castillo Lastrucci ganaba a los otros dos candidatos: Joaquín de la Peña y Juan Carlos Heras.
Desde entonces, Arenas, hombre de un talante dialogante extraordinario -es abogado de profesión- se dedicó a intentar hacer realidad los muchos proyectos que traía bajo el brazo para la institución cofradiera.
Con el respaldo masivo de las Hermandades de Gloria, a las que ha insuflado «vida» en estos cuatro años y cuatro meses, tuvo muy claro que había varios objetivos primordiales en el Consejo: reforma de los estatutos, un caballo de batalla al que otros presidentes prefirieron dejarlo pasar, o conseguir San Hermenegildo para que fuese la nueva sede la institución.
Pero, sobre todo, Adolfo Arenas quiso, desde el primer momento, cambiar muchas cosas del Consejo, dotarlo de mayor poder de decisión y no ser un mero intermediario entre las hermandades y el arzobispo. Una cuestión que no ha podido ver cumplida.
Pitada en la Campana
Su primer «revés» fue en la Semana Santa de 2010, cuando desde el Ayuntamiento se le conminó a remodelar la Carrera Oficial en cuestiones de seguridad, hecho que produjo una importante reducción de sillas, principalmente en la Campana, lo que hizo que se llevase, el Lunes Santo de aquel año, una sonora pitada por parte de los abonados.
Los nuevos estatutos o San Hermenegildo, sus proyectos principales
Sea como fuere, Arenas ha sabido, en estos años, nadar y guardar la ropa tanto con el Ayuntamiento como con la autoridad eclesiástica. Sin lugar a dudas, con ésta última, ha tenido contratiempos en cuanto a la elección de los pregoneros, que le han reportado más de un dolor de cabeza.
Se ha marchado sin poder ver aprobados los nuevos estatutos, sin que San Hermenegildo se atisbe en el horizonte y sin elegir las catorce imágenes del via crucis del Año de la Fe. Pero lo hace, suponemos, con la cabeza bien alta de quien ha intentado contentar a todos, algo que es muy difícil conseguir...