Las posibilidades turísticas del Guadalquivir ya fueron descubiertas por lso viajeros románticos del siglo XIX. Hoy en día, el discurrir del río ofrece una infinidad de atractivos a lo largo de varias provincias para cualquiera que quiera pasar un fin de semana de descanso
Actualizado Sábado, 28-02-09 a las 08:19
De Gerald Brenan, que fue para las Alpujarras algo así como Félix Rodríguez de la Fuente para la conciencia ecológica, releo las veces que puedo “Al sur de Granada”, para descubrir con el inglés los aires, las flores, los picos y los vientos de aquella comarca entre el morisco y el Veleta. Guiados por ese espíritu de disfrutar conociendo, de hacer camino al andar, cojo el mapa de Andalucía y fijo los ojos en el Guadalquivir. Y se me ocurre, como se me podrían haber ocurrido otras tantas, esta cuatros estaciones ribereñas que les propongo y que, creo, encierra en su aliento el espíritu con el que don Gerardo se adentraba en las montañas granadinas.
Primera estación
Y veo en ese mapa y lo marco como arranque de ruta el parque natural de Cazorla. 200.000 hectáreas de espacio protegido. El mayor de la Península. Y que ocupa parte del noroeste de Jaén. ¿Quién puede trazarme una ruta senderística hermosa, agradable, de fácil acceso para padres e hijos, tuneada por la naturaleza y techada por cielos azules y misteriosos? Hablo con Andrés Gil, presidente del grupo senderista «Pinsapaso» y autor de una guia-crónica de caminos andaluces que pronto verá la luz. Andrés no se lo piensa y me recomienda la ruta del río Borosa.
¿Dónde está este río? ¿Qué particularidad tiene?. Bueno, seguimos, obviamente, en el parque natural de Cazorla, y el rio Borosa se encuentra situado en el centro del parque, a la vera de una de las fuentes del nacimiento del Guadalquivir. Se le considera el primer afluente del río Grande. Y a lo largo de sus márgenes nos encontramos con un camino de once kilómetros donde la Naturaleza escribe en el campo las palabras de su poder: pinos clarisios, pinos negral, madroños, olivillas, boj, hiedras, madreselvas, avellanos, quejigos, encinas. Y entre ellos un río bravo, agitado, revoltoso, saltarín, de aguas puras que chocan estrepitosamente entre rocas hasta buscarse un camino entre ellas, a fuerza de un milenario desgaste. Es el sitio ideal para el coleccionista de fotos, para el que busca la Naturaleza más allá de un consejo escrito de Pablo Coelho y para el que disfruta sintiendo el pálpito de la tierra moverse bajo sus pies.
Segunda estación
Río abajo, en plena crisis de estiramiento, el Guadalquivir se amansa en las riberas califales cordobesas donde somos capaces de apostar por una alternativa turística al margen de las tradicionales. Sigue siendo el río el escenario visitable y admirable. Y contamos entre árboles frondosos y huertas fecundas los vestigios medievales y tardoimperales de los molinos del Agua. Contamos hasta ocho ingenios hidráulicos. El molino de la Albolafia, el de la Alegría, el de Téllez o Pápalo Tierno, el de Enmedio, el de Hierro, el de Martos, el de San Antonio, el de San Rafael…Algunos de ellos han sido restaurados y otros sufren con entereza, paciencia y un mínimo de esperanza que se acuerden de ellos para evitarles los rigores de tanta historia como acumulan. Todos son recomendables. Y más si el día escogido para recorrerlos nos regala la bendición suave de una mañana de primavera. Pero puestos a destacar uno, escogemos el que está integrado en el Jardín Botánico. Su nombre es el Molino de la Alegría y se alaza en la margen derecha del río aguas abajo del puente de San Rafael en la azuda de la Alhadra.
Las cuatro estaciones del Guadalquivir
JUAN CARLOS CORCHADO. No es Asturias, sino el Guadalquivir a su paso por la provincia de Cádiz. Un grupo de caballos pasta en la ribera del río

Tercera estación
En Sevilla el río se hace puerto con la inevitable melancolía de lo que en siglos anteriores fue su rada. De recordártelo se encargan los cruceros fluviales que te pasean por el río de los galeones y de la Expo última. Hay cruceros que te llevan, río abajo, hasta el Atlántico, para cruzarte al norte de África o para encarar el Guadiana y deslizarse por las aguas sosegadas y hermanas del Algarve portugués. Pero el río nos ofrece otras oportunidades. Y así, por ejemplo, en Isla Mínima, se ha reconvertido todo un antiguo pueblo de colonización de arroceros en un complejo turístico para acoger no solo a visitantes curiosos sino a congresos y reuniones profesionales. Hoy se llega por carretera. Pero se trabaja ya en la construcción de un pantalán para poder acceder en barco. Los visitantes pueden pernoctar en Isla Mínima. Las antiguas casitas rurales de los arroceros han sido adaptadas al nuevo uso turístico y guardan el encanto del modo de vida marismeño. No muy alejado de este viejo enclave arrocero nos encontramos con la finca privada «Veta La Palma», un lugar estratégico en los caminos de ida y vuelta de la avifauna europea hacia las cálidas tierras africanas. Es el lugar idóneo para jornadas de avistamiento y seguimiento ornitológico, sobre todo cuando las bandadas de flamencos se asientan sobre las marismas y nos evocan los pasajes más bellos de Memorias de África. En esta finca no se puede pernoctar. Pero si degustar los sabrosos platos de la cocina marismeña.
Cuarta estación
El Guadalquivir se desangra en el Atlántico mirando a Sanlúcar de Barrameda y muriendo plácidamente con olores de vendimia y perfumes de noches de nardos. Aunque ha sido maltratada por la presión ladrillera de las últimas décadas de crecimiento económico, la ciudad guarda aún en su barriga de siglos espacios arquitectónicos tan bellos como semidesconocidos para el gran público. El Guadalquivir nos ofrece, antes de fundirse con las corrientes atlánticas, la posibilidad de pasear por el casco antiguo de una ciudad ribereña que tiene en la Casa ducal de Medina Sidonia la cifra exacta de su antiguo esplendor. Sanlúcar necesita sus días para visitarla y disfrutarla. Un hotel como el Tartanero, en plena plaza del Cabildo, da respuesta a todas las exigencias del viajero: desde su céntrica ubicación al gusto historicista con el que su propietario lo arropó. Perderse entre las viejas calles de Sanlúcar, disfrutando de las hermosas casas de los comerciantes de Indias, de las visitas a la bodegas donde la manzanilla alimenta la felicidad de su gracia, de las charlas con los amigos en las tabernas más rústicas del barrio alto es la mejor manera de perderse uno para encontrarse como nunca. Si te llama el campo y quieres darle al espíritu el aire de los pinares de la Algaida hazlo porque nada te defraudará. Bajando hasta la desembocadura vemos como el mar y el río bailan pegados en una fiesta de leyendas submarinas de galeones hundidos y puntos de pesca donde los aficionados sueñan con doradas, lubinas y mojarras. Aunque como las que saltan en las bandejas de Bajo Guía

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