La historia de Andalucía no se entendería sin el río que la ha vertebrado a través de los siglos. El Guadalquivir, puerta por la que entraron invasores y salieron descubridores, ha cincelado las ciudades andaluzas, que vieron la luz como hijas de sus aguas
Las hijas del agua
La Nao Victoria, reproducción exacta de los galeones que surcaron durante siglos el Guadalquivir, abandona el puerto de Sevilla rumbo a Japón el 12 de octubre de 2004
Actualizado Sábado, 28-02-09 a las 08:17
Cuando Hércules se internó en el Guadalquivir y vió a la altura del Carambolo que no había lugar mejor por estas tierras para levantar ciudad y asentar hombres, cultura y progreso, procedió a hincar los palos sobre los que la ciudad mítica levantaría sus primeras edificaciones. Hércules, que preside nuestra bandera autonómica como símbolo heroico capaz de dominar las fuerzas naturales que encarnan los leones, fue nuestro primer alcalde, nuestro primer gobernador y nuestro primer urbanista. Suyo fue el mejor PGOU que jamás tuvo esta ciudad. Ni más ni menos que el PGOU sobre el que se fundó Sevilla. Y que articuló un camino para entrar y salir conectando mundos lejanos.
En realidad, el Guadalquivir, esa gran autopista fluvial, va a vertebrar, por los siglos de los siglos, el gran eje histórico que arranca en Cádiz y llega hasta Córdoba. Ciudades que el río unía lo que los hombres se empeñaban en distorsionar. El profesor de historia árabe, Rafael Valencia, sostiene que Sevilla es «hija del agua» en referencia a su dependencia ribereña. Tan hermosa paternidad se le podría adjudicar a Córdoba, Sanlúcar, Coria, San Juan, Alcalá del Río... Sin el río no habría Sevilla. O al menos sería otra Sevilla. Sin el río Córdoba hubiese sido otra Córdoba. Y Sanlúcar, sin dudas, otra ciudad distinta.
Sin el Guadalquivir no habríamos entrado en la historia de las civilizaciones como el finisterre meridional, como aquella tierra mítica más allá de las columnas de Hércules y fronteriza con el Jardín de las Hespérides. Esa gran autopista fluvial puso al occidente andaluz en contacto desde tiempos protohistóricos con el Norte y con Oriente. Y en algún barco procedente de Tiro cargado de finas cerámicas, marfiles y huevos de avestruces también nos llegó por el río el alfabeto. Por las puertas abiertas del Guadalquivir entró en nuestra tierra el culto a Astarté, a Afrodita, a Cristo y a Alá. Por ella accedieron los mercaderes orientales que hicieron de Tartessos una colonia próspera donde hubo un rey con establos de oro y tierras donde pastaban los toros coloraos de Gerión.
Y fue por ese Guadalquivir de las estrellas por donde Roma levanta ciudades, templos y foros. Y exprime los extensos y fecundos olivares de la paz augusta con tanta intensidad y dependencia que hoy, en Roma, se levanta un monte llamado Testaccio sobre la acumulación de las ánforas donde se transportó aquel aceite bético. Las hijas del agua. Las ciudades del Guadalquivir. Los enclaves urbanos que se desarrollan al influjo de sus mareas culturales. Por el río sabemos que Al-Andalus llevó su aceite hasta el Yemen. Y que por el río nos llegaron las ricas telas de Samarcanda, las muselinas de Mosul, el oro de la curva del Níger, los finos marfiles del mercadeo árabe, también los esclavos…Fue tan cantado el río y las ricas hijas del agua que jalonaban su curso que su fama y prosperidad afilaron la ambición de la espada y la depredación. Y desde el norte, cuando aún las viejas estructuras hispanogodas intentaban ajustarse a la nueva situación política dominada por un islamismo que miraba más para Córdoba que para Damasco, por el Guadalquivir se nos colaron los mayús. Los amos del fuego. Los vikingos. Era el año 844. Y bajaron en su pillaje desde Galicia a Lisboa, desde Lisboa al Guadalquivir. Río arriba hasta Sevilla. A la que saquean y pasan a cuchillo por espacio de dos largas semanas. Córdoba, alarmada por la derrota sevillana y alertada de que aquellos bárbaros se dirigían a la capital emiral, envía a lo más granado de su ejército. Córdoba derrota a los vikingos que sufren la venganza andalusí con sus cuerpos cuarteados y crucificados en las palmeras y árboles de Sevilla. Los que escapan no pararon hasta llegar a Sicilia y conquistarla.
Hasta entonces y desde tiempos clásicos, el Guadalquivir nos había puesto en el mundo y el mundo había entrado en Andalucía occidental por el río grande. Pero en 1492 el río se convierte en la rampa de lanzamientos de las naves que van a dominar una nueva frontera. Con Colón en Guanahaní el mundo comienza a ensancharse, a descubrirse como una inmensa naranja de la que solo conocíamos una parte y la otra se dejaba en manos de abismos oceánicos y criaturas fantásticas con un solo pie y un solo ojo. Con América descubierta el río se convierte en puerto y puerta de Indias. Y el centro del mundo pasa por su cauce. Será la entrada a una nueva dimensión terrestre. El acceso a realidades distintas. Minerales, maderas nobles, plantas exóticas, mestizajes, dominios, imperios, descubridores. Todo entra y sale por ese Guadalquivir de galeones y contrabando. No se si hay en la tierra un río más aventurero que el nuestro. Es posible que exista. Pero el río de las hijas del agua le discutiría el primer puesto. Está tocado por la mano de los dioses y de los héroes para ser lo que ha sido: uno de los ríos más viajeros del mundo. Y desde que se muestra joven e impetuoso en Cazorla, sereno en Córdoba, americano en Sevilla y ancho y salado en Sanlúcar pregona su indeclinable voluntad historicista. Luciendo pectorales tartésicos, ánforas romanas, hilos de oro andalusíes y plata americana para ser punto de llegada de la primera vez que los hombres le dieron la vuelta al mundo.
Las hijas del agua
Embarcadero bético romano en el río Guadalquivir a su paso por Almodóvar del Río
Hay muchos ríos en el mundo. Y todos arrastran en su caudal leyendas de ninfas y peces de plata. Pero no hay muchos como el Guadalquivir que, desde un rincón perdido en el occidente y lejano al corazón del fértil Mediterráneo, se hizo camino de mares ignotos y meta de navegantes para la Historia. En sus márgenes aún viven el esplendor de su pasado las hijas del agua. Desde Sanlúcar a Córdoba. Un eje fluvial en cuyo limo reposan historias que van desde el Yemen a Noruega. Y desde Marrakesh a Lima. No tenemos un río. Tenemos el padre de las hijas del agua. El patriarca de una Andalucía que hizo y se hizo viendo los barcos ir y venir…

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