No hubo nada que comparar. Cuando un equipo es tan superior al otro arrastra a sus estrellas hacia uno u otro polo. Como una corriente que te eleva o te hunde, Messi fue creciendo a lo largo del partido al tiempo que lo hacía el Barcelona. Por el contrario, Cristiano se fue hundiendo en el pozo de la impotencia primero y de la desesperación después. Al portugués no le salió nada antes, durante ni después de la goleada. Un tiro aislado en una falta, algún centro desde la banda y apariciones por desecho del fútbol: un empujón a Guardiola le entregó en los brazos de la ira del Camp Nou, bastante caliente de por sí. Mientras Cristiano peleaba con el mundo, Messi agachaba la cabeza y se lanzó a asociarse con los suyos en busca de Casillas, que le veía en la lejanía y temblaba, sólo por el hecho de que pudiera acercarse.
El problema que creó Messi a los blancos fue por su ausencia de los terrenos donde se le esperaba. Se metió de nueve falso, se echó atrás y en su hueco entraron los hombres de la segunda línea azulgrana para hacer, no uno, sino cinco agujeros de bala a los blancos.
Mientras, Cristiano corría sin balón, y no lo recibía. Buscaba huecos, y no los encontraba y, si los encontraba, el balón no lo encontraba a él, fundamentalmente porque el Madrid no tuvo el balón. Ni contra, ni velocidad ni nada. Sin balón, lo mismo que sin gol, no hay fútbol, y por ese sumidero se fue Cristiano y todo su equipo.
Por el contrario Messi empezó a cambiar de velocidad, ávido también él de ser protagonista. Cuando los demás estaban muertos, él comenzó a arrancar, tanto que Ramos se tuvo que él a por él, colérico y rabioso, para cazarle por detrás y dejar al Madrid con diez. Messi no marcó pero el Barcelon no le necesitó, señal de que aun sin él, el equipo es un bloque, algo que no se vio ni en el Madrid ni en Cristiano.
