Señor alcalde: hace unos días, en unión con otros afectados por las inundaciones sufridas en nuestra ciudad este mes, acudí a una reunión convocada por el Ayuntamiento en la casa de la juventud de nuestra ciudad. Asistí para conocer las causas de las inundaciones y las medidas a adoptar para intentar que no vuelvan a repetirse. Después de que nos explicara que se estaba ejecutando una obra presupuestada en 30 millones de euros para evitar el desbordamiento del arroyo de La Argamasilla y que estaban concluyéndose las obras de conexión de los colectores, los técnicos municipales pasaron a explicar brevemente los motivos de las inundaciones, centrándose, en particular, en las ocasionadas por el desbordamiento del citado arroyo.
Posteriormente se abrió un turno de preguntas en el que tuve la oportunidad de intervenir. Mi interrogación fue breve: ¿Por dónde entró el agua del río Genil en nuestra ciudad en las inundaciones del 6 de diciembre? Su respuesta, en cambio, fue extensa. Volvió a explicar todo lo que se había hecho para evitar que nuestra ciudad se inundara y concretó que, según los técnicos, el muro de contención construido a causa de las inundaciones de 1996 debía ser suficiente para soportar un caudal de 1.400 metros cúbicos. El 6 de diciembre el río experimentó un caudal máximo de 1.100 metros cúbicos, calificando usted ese volumen como «fenómeno extraordinario», y, finalmente, afirmó, junto con un amable técnico municipal, que el agua había entrado por unos orificios (creo que dijo «aliviaderos») que se encuentran debajo de la autovía y que en el proyecto no se había tenido en cuenta la posible entrada del agua por ellos; además —añadió usted—, el numerosísimo personal que actuaba para evitar la inundación, o al menos para paliar sus consecuencias, estaba desbordado y no cayó en la cuenta de taponar dichos agujeros. Por último, nos dijo que el día 21 de diciembre el agua no entró porque esos agujeros habían sido taponados.
Tras la intervención de otros asistentes pude formularle una nueva pregunta: dado que las inundaciones han sido motivadas por un error humano —sea por proyección errónea en las obras del muro de contención o por no haberse obturado a tiempo los agujeros—, ¿piensa usted pedir responsabilidades a los técnicos o asumirlas personalmente? Su respuesta volvió a ser larga. Concluyó aseverando que no iba a pedir ningún tipo de responsabilidades, que su misión como alcalde era preocuparse por las personas y volcarse con los damnificados. Que tampoco se les había pedido responsabilidades a los alcaldes que ocupaban el cargo en las arriadas de 1997 y 1963 y que quizás habría que pedirlas a los romanos o «a quien situó el pueblo aquí». Quise intervenir por tercera vez y me dio tiempo a decir: «me parece increíble». Después, quizás con buen criterio, usted afirmó que no se podía monopolizar la reunión y dio la palabra a otros afectados. El motivo de esta carta no es otro que explicar a usted, y a quien quiera leerlo, el por qué me parece increíble su respuesta. Ni los tartesos, ni los fenicios, ni los íberos, ni los romanos, ni los cartagineses, ni los visigodos, ni los árabes, ni los Austrias, ni los Borbones, ni los alcaldes de la Primera y Segunda República, ni el alcalde de 1963, ni el de 1997 tenían las infraestructuras suficientes para evitar las inundaciones. Usted sí.
Usted reconoció ante más de cien afectados que el Genil había inundado la ciudad el día 6 por no taponar los «agujeros», y que efectivamente lo son, pero algunos de ellos con el diámetro como para permitir en su interior el tránsito de camiones. También reconoció que, para evitar las inundaciones del día 21, bastó con taponarlos. Hasta la ejecución del muro de contención, los mandatarios de nuestra ciudad, ante la inminencia de una arriada, solo podían verla llegar, avisar a los ciudadanos y paliar más tarde sus necesidades. En tres mil años de historia y tras la construcción de obras por importe de varias decenas de millones de euros, ha sido usted el primer alcalde en posesión de las herramientas necesarias para evitar las inudaciones, pero, por absoluta imprevisión, ha vuelto inútiles unas obras millonarias precisamente el día que habían de servirnos, provocando además cuantiosas pérdidas y gravísimos perjuicios a los mismos ciudadanos a los que ahora pretende contentar paliando las consecuencia de su imprevisión. Es evidente que no había diseñado plan de actuación alguno contra las inundaciones o que el que existía era claramente ineficaz.
Señor alcalde, si algo parecido a lo ocurrido en Écija tuviere lugar en una empresa privada, al día siguiente, su gerente intentaría depurar responsabilidades, y si se negare a hacerlo, la negativa le costaría su puesto. Usted nos ha anunciado públicamente a más de cien afectados que no piensa pedirlas. Yo le ruego que, por el bien del pueblo, dimita. Lo contrario sería como mantener a un pirómano de bombero y, además, dejarlo de guarda en el monte.
Por último, otra pregunta que no pude formularle: lleva usted más de siete años de alcalde: ¿desde cuándo no se limpia a fondo el arroyo de La Argamasilla?