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El gran engaño de las cajas, unas «fané» y otras destempladas

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El próximo decreto de reforzamiento financiero tira por la borda todo el proceso de ajuste. Las fusiones, ni las frías ni las calientes, valen para nada y los célebres «SIP» tendrán ahora que ser disueltos

Día 14/02/2011 - 08.48h
Las cajas de ahorros se han puesto en pie de guerra. Las más pequeñas están que trinan con las más grandes y éstas remiten las culpas a los bancos, que se frotan las manos pensando en la época de saldos y rebajas que van a encontrar cuando dentro de nada las entidades confederadas tengan que buscar socios privados. La reconversión del sistema español de crédito, etiquetado como el mejor y más saneado del mundo, transita por impulsos en medio de una nebulosa de intereses encontrados, un campo de Agramante donde todavía falta por conocer el balance exacto de víctimas que dejará la refriega.
El gran engaño de las cajas, unas «fané» y otras destempladas
efe
No es lo hablado. Fainé le ha hecho ver a Salgado que el nuevo decreto de cajas contraviene el pacto alcanzado con el Gobierno antes del verano

El pasado día 1 de febrero, antes de la reunión del comité ejecutivo de la patronal de cajas de ahorros, Isidro Fainé salió pitando para el Ministerio de Economía a entrevistarse con la vicepresidenta Elena Salgado. El cajero más famoso del orbe entero necesitaba ilustrar su discurso con bálsamo de la Meca para tranquilizar los ánimos de sus colegas de la CECA. El futuro decreto de Reforzamiento Financiero, dime de qué presumes y te diré de qué careces, genera escalofríos en muchas cajas de ahorros que se sienten incapaces para adaptar sus anquilosadas estructuras operativas. No se trata de falta de juicio para superar una posición que les coloca en fuera de juego. Lo que ocurre es que no todas disponen de una filial como Criteria, capaz de transformarse en un banco cotizado en Bolsa y con plenas garantías para superar el listón de las nuevas exigencias de capital. A sensu contrario la única alternativa es pasar a mejor vida con un buen trago de cicuta administrada a partir de esos 20.000 millones de euros que el Estado ha dispuesto para nacionalizar el sector.

Desde el siempre resignado Amado Franco, presidente de la solterona Ibercaja, hasta el más influyente Rodrigo Rato y su núbil Caja Madrid tienen la amarga sensación de que esto no es lo hablao. Unos porque se mostraban au-dessus de la mêlée y convencidos de mantener la naturaleza de sus ancestrales cajas de ahorros y otros porque habían cumplido los designios del Banco de España y se cobijaban a la sombra de los nuevos Sistemas Institucionales de Protección (SIP), la realidad es que buena parte de los confederados se manifiestan ahora engañados por Zapatero, castigados por Miguel Ángel Fernánedez Ordóñez y muy decepcionados con Fainé.

Es verdad que el presidente de la CECA amenazó con dejar el puesto si el Gobierno obligaba a las cajas a transformarse en cascarones vacíos como simples fundaciones. Un gesto que le honra pero que no sirve de consuelo a esos ingenuos con cara de póker que ahora tienen que cambiar el sentido de la marcha si no quieren que la corriente regulatoria se los lleve por delante. El decreto que se aprobará el viernes supone un giro tan radical y paradójico que hasta los flamantes SIP constituyen un pesado lastre para obtener financiación de capital privado. La premura de tiempo obliga a operar con bancos libres de polvo, paja y demás negocios tóxicos que poseen las cajas. Las fusiones, ni las frías ni las calientes, valen para nada y los mecanismos conjuntos de protección son señas inequívocas de debilidad que es preciso sacarse de encima antes de lanzar la caña al río revuelto de los mercados.

La cuestión es tan simple como seguir la senda de La Caixa, pero eso es muy complicado para el resto de los mortales que deberán ordenar sus cajas, trasladar todo el negocio financiero a nuevas fichas bancarias, buscar inversores privados o lanzar una oferta pública en Bolsa. De lo contrario deberán saltar el listón del 10% de capital principal, lo que les obliga a pedir árnica al Estado y ser nacionalizadas. Y todo eso en el plazo de seis meses escasos. El reloj se ha puesto en marcha y esto parece una versión del Gran Juego de La Oca presentado por Emilio Aragón hace más de una década y en el que todos los concursantes caían derrumbados después de sonreír ufanos a la cámara con un grito patético de «lo voy a conseguir».

La hoja de ruta desplegada por Fainé es una misión imposible pero el Gobierno ha clavado sus fauces en las cajas y ha encontrado carnaza que echar a los mercados. La prima de riesgo de España se redujo notablemente cuando se anunció el decreto de marras y Zapatero no quiere decepcionar ahora a Ángela Merkel. Además la gran banca ha puesto mucho de su parte para que las autoridades reguladoras no admitan ni media fisura a una competencia que le viene birlando cuota desde hace años. Las cajas de ahorros, la mitad del sistema financiero español, cuentan con unas espaldas muy anchas y además tienen la particularidad de que al ser de todos no son de nadie. Por eso deberán inmolarse en la hoguera de la crisis. Es la ley de la selva, unas mueren para que otros vivan. Botín y Francisco González nunca las olvidarán.

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