Imaginar el partido. Te sientas en el exterior del estadio. Desconectas Twitter y prometes no entrar en el minuto a minuto de ningún diario digital. La radio, ni olerla. La televisión, ni intuirla. Así se construye la crónica paralela del tercer clásico en apenas diez días, basada tan solo en los ruidos que salen desde el interior del Santiago Bernabéu. Pura sospecha. Gritos y otras anécdotas.
Quince minutos antes del inicio del encuentro, el coliseo es una amalgama homogénea de sonidos. Un solo rugido indescifrable. Frente a su fachada, quince furgonetas de la Policía, tres máquinas de limpieza, ambulancias y agentes a caballo. McManaman es un recuerdo en la espalda en la camiseta de un aficionado que espera. Suyo fue uno de los goles en otra semifinal de Champions en 2002.
Hay mucha cerveza en los bordillos y bancos. Casi toda de la misma marca. Entra por la boca y sale, previo filtrado renal, en las esquinas de los edificios de la calle Rafael Salgado. No es de extrañar que la palmera cercana crezca con tanto empeño. En los jardines florecen vasos apurados que no dio tiempo a terminar. Comienza el partido. La música amansa a las fieras y el pitido inicial del árbitro, a las gargantas madridistas. Insultos para Sergio Ramos a los cinco minutos. O la grada blanca le ha cogido tirria al lateral sevillano o en este fondo está sentada la afición blaugrana. Se perciben más pitos que aplausos en los primeros compases del encuentro. ¿Estará atacando más el Barça?
A lo lejos susurra una narración radiofónica. Está a la distancia apropiada para no entenderla. Parece proceder del vehículo junto al que dos mujeres desmontan uno de los puestos que ha abastecido de víveres al personal para sobrevivir los noventa minutos y alguno más. Un señora pasea mientras señala con dedo indignado la basura que la rodea. “¡Uy!”. Primera ocasión de gol visitante. Córner a las 20:59 horas y tímidos “olés” cuatro minutos más tarde. A las 21:10, los mismos lamentan otro “¡Uy!”.
El cocinero de un bar cercano habla y habla por teléfono junto al improvisado meadero urbano. Pasea bajo las persianas bajadas de un piso que se alquila en el portal 7, el del urinario. ¿Casualidades? Pronto se unen, cigarro en mano, varios colegas del chef. Debe de ser que el fútbol quita el hambre. Se escucha el estribillo del himno blaugrana. No hay duda: al otro lado de la mole de hormigón animan los culés. Son las 21:12 horas cuando el chiringuito de las pipas está recogido. Se llevan la radio.
La máquina de limpieza se da el primer garbeo. El que parece que no se mueve es Mourinho. Los cánticos barceloneses se lo recuerdan. Un hombre que llega rebañando una bolsa de gusanitos pregunta por el resultado. Otea a ver si hay otra bolsa que aprovechar. No será su última aparición. Durante el resto del partido tendrá tiempo para dar varias vueltas a la manzana y lograr cenar esta noche.
A las 21:20 horas hay nuevas quejas. Ahora parecen del lado madridista. Se protesta más que se anima. Los silbidos van in crescendo cuando anochece poco antes del descanso. Hay tiempo para más pitos. Insultos sin apellido. Debe de haber sido dura la entrada del rival. 21:31: ¿Ha marcado Messi?
La cerveza vuelve a gotear. Un petardo. “Adiós, Real Madrid, adiós”, entonan los barcelonistas. El juego se reanuda. En el suelo, un flyer invita a continuar la fiesta después del choque. Los abucheos continúan superando a los gritos de ánimo en la segunda mitad hasta que a las 22:21 horas el estadio estalla. ¿Es gol del Madrid? No hay celebraciones en los balcones ni en los bares aledaños que lo corroboren, pero algo ha pasado. Diez minutos después marca Messi. De eso no hay duda. Las voces ganadoras se quedan coreando su nombre mientras la calle vuelve a inundarse de gente. Huele a 0-2.
