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Madrid / real madrid - barcelona

Empieza el partido, llega un infarto

Día 28/04/2011 - 13.24h
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Las urgencias no entienden de fútbol

Nada más empezar el partido, llega un infarto de miocardio. Durante la noche en la que millones de personas siguen el Madrid-Barça, la actividad en los hospitales de la capital no se interrumpe. En las habitaciones, los familiares de los pacientes tienen sus televisores encendidos. Pero los médicos, enfermeras, auxiliares y celadores tienen que conformarse con un par de minutos en sus descansos para echar un vistazo a “El Clásico”.

Faltan pocos minutos para que comience el Real Madrid-Barcelona, el partido de ida de las semifinales de la Liga de Campeones. Por las calles de Madrid huele a fútbol. Se escucha algún claxon de un coche, se ven muchas camisetas blancas. En el metro todas las conversaciones tienen la misma temática. El Hospital de La Princesa tiene su acceso principal cerrado, pero la pequeña puerta de urgencias, en la calle Maldonado, permanece abierta. Frente a ella hay dos ambulancias del SUMMA con las luces intermitentes.

Carlos es médico residente de hematología. Lleva desde las ocho de la mañana en el servicio de urgencias del hospital. Hasta las ocho del día siguiente no terminará su guardia, como la mayoría de sus compañeros. Otros, como Sara, residente de tercer año, no saldrán hasta las tres de la tarde. Carlos reconoce que no tiene demasiada afición por el fútbol, así que la guardia de hoy no será más difícil que la de otros días. “Los traumatólogos han ido a por hamburguesas al Burger King (que se encuentra enfrente de La Princesa)”, se escucha en el pasillo de urgencias. “Es que sus guardias son más relajadas” –reconoce Carlos.

La Princesa es un hospital pequeño, no hay tanto movimiento como puede haber en el Gregorio Marañón o en La Paz. Por los pasillos de urgencias circulan muchos médicos. En ese momento una camilla con una anciana intubada se dirige a uno de los boxes. No parece muy grave. “Es peor en invierno. Hay más pacientes que acuden a urgencias”, afirma Carlos. “¿Vas a ver el partido?” –le pregunta a Araceli, residente de segundo año (R2) de medicina de familia– “Pensaba verlo, pero mira cómo está esto”–contesta la médico.

Íñigo, R1, sí es aficionado al fútbol. Tenía entradas para ver el partido al estadio, pero no pudo cambiar la guardia de esta noche. En su lugar, han ido su hermana y su novio. Él se confiesa madridista, y está especialmente molesto. “Va a empezar el partido y acaba de llegar el mogollón –dice Carlos– . Un código ictus acaba de entrar hace un cuarto de hora”.

Por el pasillo aparece Gilda, R2 de neumología. Gilda es muy futbolera, por ello saca orgullosa su bolígrafo del Barça en el que pone “Iniesta”. “Hoy no juega... es baja. ¡Qué pena!”

Una de las puertas del pasillo de urgencias lleva a la sala de residentes donde hay una televisión. En el cuarto adyacente se encuentra el despacho de médicos adjuntos. La sala es grande, las paredes son azules y en el centro hay una gran mesa blanca. Sobre la mesa, vasos, latas de coca-cola y botellas vacías. También hay un libro: “Manejo de las infecciones en urgencias”. Alrededor, cuatro ordenadores, unos cuantos sillones negros de cuero gastado y una impresora.

Y ha empezado el partido. 0-0 en el marcador. Solo hay un enfermero sentado enfrente. “¿Cómo vamos, Manolo?”–pregunta una enfermera que acaba de asomarse a la sala.

Los médicos pasan por la sala, echan un vistazo, pero no se quedan. Hoy hay lío.

Se cumple el minuto diez y Villa acaba de desaprovechar una oportunidad de gol. “Es un partido muy espeso” –dicen en la tele. “¿Cómo van?” –se acerca Álvaro, médico adjunto de neurología– “Yo soy del Madrid, por supuesto”. De repente, suena una alarma. Se enciende la luz amarilla situada encima de la puerta. “Tenemos una emergencia” –dice Álvaro–. La luz amarilla representa las emergencias de medicina interna, mientras que la roja lo hace con las de cirugía y la verde con las de trauma. A veces pueden encenderse varias a la vez. Esta vez se trata de un infarto de miocardio. Todos los médicos se dirigen al box vital. Es una mujer mayor. “La ha traído el SUMMA” –explica Álvaro. Se escucha a un médico del SUMMA hablar de “el clásico”: “¿El partido? Eso es violencia tribal, debería estar prohibido”.

En la sala de residentes, Manolo continúa viendo la televisión. Es el minuto 24. Segunda oportunidad del Barcelona, esta vez, de Xavi.

“Estoy muy cabreada, Manolo, no sabes lo que ha venido hoy” –protesta Angélica, una residente de digestivo aficionada al fútbol y seguidora del Real Madrid. Poco más tarde de las nueve, Angélica e Íñigo se van a cenar. “Va a empezar todo el follón cuando acabe el partido”, asegura Íñigo. Cuando llegan al comedor, la cocinera grita: “¡Que no! ¡Que no pongo el fútbol! No pongo el fútbol porque no me gusta, y me parece una gilipollez ver a veintidós tíos corriendo”. En el comedor no hay tele, pero Gema, la cocinera, tiene puesta la radio con Pablo Alborán sonando.

“¡Gol!” –exclama Gema. Los médicos se levantan de la mesa. Angélica llama a su novio para preguntarle cómo van: era una broma. Continúan con el empate a cero.

En la sala de los cirujanos, en un pasillo cercano al comedor, tres doctores ven la televisión. No han visto nada de la primera parte. “No han marcado. Lo hubiéramos oído” –asegura Francisco– hemos ingresado a dos y operado a uno. Es cierto que viene menos gente, pero los que vienen están peor”.

En la sala de los residentes no hay nadie viendo el partido. Solo una chica que completa historias clínicas en uno de los ordenadores. Las imágenes muestran un resumen la expulsión de Pinto nada más acabar la primera parte. Parece que quien lo ha provocado ha sido Keita. El Barcelona se queda sin portero suplente. Comienza el trasiego de médicos y enfermeros. “¿Han marcado?” “No, siguen cero-cero”.

Acaban de expulsar a Pepe en torno al minuto sesenta y llega un enfermero. La residente que trabajaba con el ordenador se levanta de la silla indignada: “¡Eso no es roja ni de coña! Con la que se están dando hoy, eso no es nada!”. Poco después, el árbitro expulsa a Mourinho por protestar provocando una gran pitada en el Bernabéu. “Se va a liar una buena”–se escucha. Llegan muchos residentes a la sala. “En realidad, un cero-cero no es mal resultado” –señala Álvaro, R1 y barcelonista. “Lo habitual es que aquí haya más gente viendo el partido, pero hoy es un día ajetreado. El día del Mundial no vino nadie. La gente se espera a que acabe el partido para ponerse malo” –ríe Sara, R3.

En el minuto 76, Messi marca el primer gol. “¿Qué ha pasado?” –pregunta Íñigo, quien estaba malhumorado porque el trabajo le impedía ver el partido– “Joder”–ahora estaba más enfadado aún. La sala se llena momentáneamente para intentar ver la repetición del gol.

En el minuto 87, Messi vuelve a marcar otro tanto. “¡Ay, qué asco!” –gruñe el adjunto de neurología.

El partido acaba con la victoria del Barcelona. El personal del hospital, mayoritariamente madridista, tiene disgusto doble: no han podido ver el partido y su equipo tiene medio pie fuera de la Liga de Campeones. Y aún les quedan nueve horas de guardia por delante...

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