El padre y el hijo miran silenciosos al final del vagón. Visten de paisano y llevan mochilas. Son del Barcelona. Dentro de las mochilas llevan las camisetas del Barcelona. Las guardan por precaución hasta llegar a la estación de Wembley Park, que está situada a unos doscientos metros escasos del estadio. Es una medida de cautela. Desde el centro de Londres hasta el estadio hay un largo camino. Trece estaciones más cinco más de transbordo. Pueden pasar muchas cosas en un trayecto así. Por ejemplo, encontrarte a hinchas del Manchester con ganas de bronca.
Los aficionados del Barcelona son tranquilos, silenciosos, se deslizan por los alrededores de Wembley como juega el equipo, de forma sutil y con cierta elegancia. Los aficionados del Manchester van cantando y saltando en los vagones del metro, son gritones y hacen notar su presencia allá por donde van. También son como su equipo: directo y contundente. Padre e hijo barcelonista llegan a la estación de Wembley y allí sacan sus camisetas. Saben que todo un ejército de bobbys custodia la paz, y que allí no habrá problemas. Quizás no los hubiera de cualquier forma porque los del Manchester han llegado alegres, pero con aires de camaradería ante un rival al que respetan.
Entre el metro y el estadio hay otro ejército, el de aficionados con carteles pidiendo comprar alguna entrada sobrante. Se mueven entre los que reponen fuerzas en los kioscos de comida que circunda Wembley. Es regla general que en Londres te atracan con los precios, pero lo de aquí sobrepasa todo lo respetable. Una triste hamburguesa, ocho libras, y encima no te dan ticket, lo que quiere decir que están estafando al dueño o a Hacienda, y puede que a los dos.
Todos los que cantan son del Manchester, y lo hacen entre las miradas sospechosas de otros ingleses, los londinenses, que les miran de forma despectiva. Es sabido que los de Londres miran a sus eternos rivales con cierto aire de superioridad. "Estos provincianos", susurra una viajera a su compañera, si bien la traducción exacta sería, "estos paletos". Pero todos llegan tranquilamente a las cercanías del estadio. La explanada que llega hasta el estadio ya está repleta cuando aún faltan cuatro horas para el partido. Se pondrá a rebosar a una hora del evento. Mientras, hay luces y más luces en esta final de la última década. Por abajo todo es color y por arriba, en el cielo, el habitual cielo gris y plomizo. Esto es Londres.
