No parece que Gustave Flaubert fuese el tipo más sociable de su tiempo, aunque cuando estaba de «subidón» era fácil verle frecuentar los salones parisinos, del brazo de su gran amiga George Sand (la correspondencia artística entre ambos es más qu ejugosa), y con otros colegas como Émile Zola, Alphonse Daudet, Iván Turgenev yEdmond Rostand.
Lo cierto es que, salvo cuando viajaba, se pasó más de media vida en su propiedad rural de Croisset, en la Baja Normandía, viviendo de las rentas, primero cuidando a su sobrina, Madame Commonville, y luego ya bastante pachucho aunque no era un vejestorio, poco más de cincuenta años, siendo cuidado por ella. El resto del tiempo lo pasaba haciendo y deshaciendo baúles para sus periplos y escribiendo su escasa pero colosal obra.
No, no sería un tipo muy sociable (sufría trastornos nerviosos y brotes de epilepsia que no fomentan la confraternización, precisamente) pero pocos escritores como él metieron el dedo de su talento en la llaga de la sociedad de su tiempo. Ahí están «Madame Bovary» y «La educación sentimental» por si todavía queda alguien que a estas alturas tenga alguna duda al respecto.
Pero el talento de un artista se manifiesta no solo en sus obras principales, sino también en la distancia corta, en los trabajos aparentemente menores, ejercicios de estilo, esbozos, apuntes y hasta podría decirse que divertimentos. Aunque la obra que nos ocupa, «Un coeur simple» (atinadamente traducido como «Un alma de Dios», igual de bien que todo el libro, por cierto) es un relato tan corto como intenso. Porque en las apenas noventa páginas de esta edición, Flaubert despliega un abanico de emociones y desolaciones humanas que te dejan el corazón tiritando.
El novelista francés aprovecha para tirar con bala contra la hipocresía burguesa, su egoísmo, su mediocridad vestida de opulencia, mientras el héroe de esta película (entre el neorrealismo y la nouvelle vague, valgan las comparaciones) o mejor, la heroína, es una mujer tan sencilla como adorable, un alma cándida, un alma de Dios, como dice el título, una mujer llamada Felicidad que solo conoce la lealtad a su señora y la pasión sincera, desgarradora, por un loro que será a la postre quien la cobije bajo sus alas mientras el género humano la ningunea, la humilla, la echa a la cuneta de la vida. No hacen falta trillones de caracteres para que caiga sobre uno toda la tristeza del mundo. Este libro es la prueba.







