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El cruce de caminos que anoche ofreció Arcángel con Fahmi Alqhai y con El Cruel, con la música antigua y con lo mudéjar del Alcázar fue una propuesta de enorme valor musicológico y artístico, perfilada hasta el mínimo detalle. Pero para adentrarse en ella, el cantaor renunció a casi todas las cosas por las que se le considera una de las grandes figuras del flamenco del siglo XXI. Es cierto que lo que hizo perdurará en la memoria del flamenco como el primer encuentro serio entre lo jondo y lo barroco. Porque está muy bien conectado el legado musical español del que venimos con la complejidad del cante. El romance fronterizo con el mairenista. Las letras de cordel con las de Demófilo. La guaracha con la guajira. La guitarra barroca con la madre de las guitarras. Pero la sensación que dejó en gran parte del público fue que Arcángel no se expresó con la rotundidad que le caracteriza. Dependió tanto del guión, del espectáculo, que apenas pudo cantar como él sabe. Eso sí, el Patio de la Montería se llenó y el público no paró de gritar "bravo".
La crítica detallada de este espectáculo puede leerse hoy en las páginas de ABC de Sevilla.