Puccini, bohemio en Sevilla

POR FERNANDO IWASAKIAntes de que existieran los hispanistas -esos pródigos académicos que celebran maravillosos saraos para presentar diccionarios de paraguayismos en nevados campus septentrionales

Portada de Amore di Spagna (1938)

Antes de que existieran los hispanistas -esos pródigos académicos que celebran maravillosos saraos para presentar diccionarios de paraguayismos en nevados campus septentrionales- abundaban los amantes y enamorados de lo español, mezcla de eruditos y aventureros que organizaban genuinos «safaris» culturales por toda la geografía española. Mario Puccini (Senigallia, 1887 - Roma, 1957) fue uno de los más célebres, pues aparte del rastro de cariños y admiraciones que dejó entre los mejores escritores españoles de su tiempo, todavía es posible hallar ejemplares reales de su rarísimo Amore di Spagna. Taccuino di viaggio (Milano, 1938) por las librerías de viejo virtuales.

Considerado uno de los mejores narradores del Novecento italiano, Mario Puccini combatió en la Gran Guerra, donde pasó semanas enteras en las trincheras devorando libros de Dostoievski, D´Annunzio y Tolstoi. Escribió novelas como Viva l´Anarchia (1920), Dov´_ il peccato _ Dio (1922), La vera colpevole (1926), Il soldato Cola (1927), Ebrei (1931), La prigione (1932), Comici (1935) y Ritratto d´adolescente (1936); ensayos literarios como Miguel de Unamuno (1924), Vincenzo Blasco-Ibáñez (1926), Quatre-ving dix ans (1927) y Gli Ultimi Sensuali (1944); libros de relatos como Essere o non essere (1920), Racconti cupi (1922) y Sull´orlo e altri racconti (1936); memorias como Ritratti e interni (1936) y La terra _ di tutti (1958) y libros de viaje como Provincia (1932), L´Argentina e gli argentini (1939) y este Amore di Spagna que comentamos.

Mario Puccini disfrutó de la amistad y admiración de numerosos intelectuales y escritores españoles, pues fue uno de los animadores de la La Pluma, revista fundada por Manuel Azaña y Cipriano Rivas Cherif y donde colaboraron Unamuno, Valle-Inclán, Pérez de Ayala y Antonio Machado, entre otros. Precisamente, en una carta dirigida a Manuel Azaña un vanidoso Unamuno recomendó el fichaje de Mario Puccini para La Pluma: «Mi colaboración en la Argentina casi ha doblado y ahora escribo bastante para Italia, donde mi público aumenta mucho. Me han traducido ya tres obras y multitud de artículos y cosas sueltas. Recibo más cartas de Italia que de todo España junto. No me paga mal la revista Il Convegno pero con el precio de las liras me cobro en libros. ¡Cómo recuerdo nuestro viaje de 1917! Y aquel Mario Puccini, un anterior amigo mío, que nos presentó el general Díaz, traduce ahora cosas españolas y habla de ellas en revistas. Envíenle La Pluma y hagan porque los autores le envíen libros» (24.06.1929). Puccini no sólo correspondió con sus propias colaboraciones, sino que reclutó para La Pluma a otros autores italianos como Verga, Goldoni, Fogazzaro y Papini. Su papel como hispanista fue tan importante en Italia, que Blasco Ibañez le correspondió publicando en «La Novela Literaria» una traducción de La virgen y la mundana (Valencia, 1920) y Cansinos Asséns tradujo Herrumbre (Madrid, 1924) para «La Novela Semanal». De hecho, en La novela de un literato Cansinos presumía así: «Mis críticas me han granjeado un número respetable de amigos de la talla de Manuel Gálvez, Ricardo Rojas, César Tiempo, María Alicia Domínguez (en América) y de la altura lírica de Mario Puccini, Fracacretta, Mario Speranza, María Luisa Fiumi, etc. en Italia» (vol. III, p. 222).

Amore di Spagna es un libro cuya última página aparece fechada en Junio de 1936, pero que fue publicado durante la guerra civil porque Puccini era consciente de las confusiones informativas y porque deseaba transmitir cuanto percibió en España a través de sus amigos («ho visto ed avvicinato anche uomini politici e scrittori, uomini del popolo ed uomini della borghesia. E figure anche di primissimo piano: così del fronte popolare, come della parte falangista e nazionalista. Molta confusione c´era allora negli animi e moltissima nei linguaggi»). Así, la primera parte del libro está dedicada a Andalucía, tierra que intuía ardiente y apasionada por haber sido último reducto moro, altar mayor del catolicismo y trinchera marxista durante la República. La nomenclatura no es la misma, pero Puccini nos caló en 1936: «Una fermata di un quarto d´ora su una delle sue strade, e il passato, il presente, anche il futuro dell´Andalusia eccoli indovinati: dominio dei mori, l´altro ieri; un cattolicesimo esasperato ieri; il marxismo oggi; forse il comunismo domani».

Mario Puccini debió llegar a Sevilla en pleno verano, pues la calor lo desquició («Un´ onda di caldo ci avvolge: abbiamo la sensazione che il carrozzone sia entrato intero e diretto nel cuore di un forno») y tuvo que hacer una parada de urgencia en la trianera «Venta del Puente», donde acabó con toda la cerveza del Altozano e hizo migas con el ventero, Gumersindo Jiménez, a quien asoció con la Pepita Jiménez de Juan Valera porque no podía saber que en Triana existió otro Gumersindo Jiménez, notable escultor que restauró la imagen de la Esperanza de Triana en 1886.

La catedral no le transmitió buenas vibraciones a Mario Puccini («Ma nella mostruosa cattedrale si respira il terribile misticismo non solo dell´Andalusia, ma di tutta la Spagna»), pues se le antojó excesiva, trágica y ominosa: «Un monumento que manca di grazia e di misura; che straripa quasi sempre nei particolare e nell´insieme; che mentre _ un edificio che sembra non finisca mai, e più si cammina, più pare che ci sia luce, intorno e davanti, ecco che invece ad un momento si chiude sul tuo passo, oscuro e tragico come una prigione». Ni siquiera el monumento a Colón le masajeó el ego patrio, pues le pareció «il più orrendo monumento che si sia mai veduto; un catafalco immenso sorretto da quattro statue mostruose; una cosa barbara e brutale».

Sin embargo, a Mario Puccini le encantó el Alcázar («un palazzo regale, un giardino opulento») y sobre todo el barrio de Santa Cruz, que por entonces era un verdadero caserío y no el parque temático en que se ha convertido. A Puccini le gustaba el aire a vecindario, la vida cotidiana y acaso la ropa tendida entre los callejones del barrio de Santa Cruz («androni, patios da cui esce un´ eco torbida non si capisce se di canti o di grida: eco la Siviglia nella quale io mi sono infilato e, starei per dire, perduto»), porque de aquellas casas de vecinos salían criaturas que le recordaban personajes literarios, mujeres hermosas como las sevillanas cervantinas, «bellisima ma non solo, ma popolane, popolane autentiche»). Y Puccini sospechaba melancólico, que aquellas sevillanas estaban por desaparecer: «io non avrei mai veduto, fossi anche restato a Siviglia un mese intero, la sivigliana vera, la sivigliana pura, la sivigliana che, nel secolo della radio e nel quarto anno della repubblica spagnola, sta ormai per sparire».

Como corría el año de 1936, Puccini tuvo ocasión de asistir a un mitin del partido comunista sevillano y le alucinó que hubiera quince oradores («cosa dirà il secondo quando il primo avrà finito di parlare? E il terzo, il quarto, il dodicesimo?»), le pareció inverosímil la hemorragia verbal de los políticos («Torrenziale oratoria, la spagnola») y todo el mitin se le antojó un simulacro, pero simulacro taurino: «Ma siamo in Ispagna; e se in questo momento agli oratori ed al mitin si sostituisse una corrida in piena regola, nessun individuo dell´imponente uditorio protestebbere; marxismo, bandiera rossa del fronte popolare, giustizia e via di seguito... tutto si buterebbe al diavolo per seguire lo spettacolo della corrida».

A Puccini no le hizo falta sumergirse en el ambiente taurino, capillita o flamenco para calar los distintos estereotipos sevillanos, porque entre aquellos quince oradores comunistas encontraría de todo.

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