Suscríbete a
ABC Premium

Tango en las venas

Todos los caminos llevan a Roma. Y todos los tangos dirigen, indefectiblemente, a Buenos Aires, la patria chica a la que -por encima de «corralitos» y eventualidades- peregrinan cada año miles de

Alberto y Maika entrelazan sus cuerpos en el parqué de Doble Giro durante su entrenamiento para el Mundial de Buenos Aires. J. M. SERRANO

Todos los caminos llevan a Roma. Y todos los tangos dirigen, indefectiblemente, a Buenos Aires, la patria chica a la que -por encima de «corralitos» y eventualidades- peregrinan cada año miles de bailarines cautivados por el embrujo del compás «dos por cuatro».

A Alberto Pool y Maika Bote, sevillanos de 26 años, les restan ya pocas horas para enfilar la T4 con destino a la Meca del tango. Llevan años (desde que comenzaron en esto del baile, hace un lustro) con la vista puesta en la capital porteña. Y ha querido la fortuna -ayudada no poco por su propio talento- brindarles la oportunidad de arribar a Argentina por la puerta grande: su condición de campeones de España en la modalidad de tango, en los últimos campeonatos nacionales, celebrados en Jerez durante el mes de julio, les permitirá defender a su tierra en la cuarta edición del Campeonato Mundial de Baile de Tango, en Buenos Aires, entre los días 17 y 27 del presente mes.

«Siempre tuvimos la expectativa de conocer el verdadero ambiente del tango, e ir ahora representando a España es algo increíble», confiesa Alberto. «Y además, gratis, pues paga el campeonato», apunta, divertido, Gastón Godoy, cordobés de la Argentina, quien junto a Alejandra Sabena, ha modelado el estilo de los dos bailarines sevillanos desde su escuela Tango Negro.

Pura vocación

Nos encontramos con ellos en la Academia de baile «Doble Giro», en Sevilla Este. Mientras se cambian para la sesión fotográfica, me cuentan algo de sus vidas. Alberto trabaja en una empresa de montaje electrónico, mientras que Maika divide su tiempo entre su labor como fisioterapeuta en una residencia de ancianos y clases particulares a niños. «Dedicamos el tiempo libre al tango y ensayamos los fines de semana sobre todo», dice Alberto. «Las exhibiciones que hacemos por distintas ciudades (Oporto, Madrid, Granada, Sevilla...) sólo nos sirven para promover otros viajes. No vivimos, en absoluto, del tango. Es pura vocación», señala Maika.

Gastón apremia a Alberto, que se está colocando la chaqueta, risueño. Maika ya está lista. Gastón pincha música. Unos acordes elegantes y melancólicos se desparraman por el parqué, invitando a la sensualidad contenida de este particular kamasutra de las pistas.

Comienza el ejercicio. Alberto, moreno racial, tiene una sonrisa afable y pronta, pero cuando baila clava la vista al infinito y se le dibuja una expresión canalla. Maika, ligeramente más alta que él, estilizada en un negro traje de pedrería, va trenzando sus piernas entre las de su pareja, mientras arrima sus labios peligrosamente a los de Alberto.

Tanta empatía no parece fruto sólo de la profesionalidad. Efectivamente son pareja. «El tango provoca una relación especial entre nosotros. Compartimos todo, una afición común. Y el tiempo que nos juntamos, tras el trabajo, lo dedicamos a ensayar», nos dicen.

Maika practicaba habitualmente salsa antes de iniciarse en el tango. Y fue ella la que, al poco tiempo de conocerse, dirigió los pasos de su novio hacia este ritmo argentino. Pero aunque sólo hace cinco años que nacieron para el tango, Alberto, hispalense de toda la vida y residente en Sevilla Este, parece olvidar su procedencia ante la fascinación de la milonga: «nací tanguero y moriré tanguero», confiesa.

Un pensamiento triste

El tango es un pensamiento triste que se puede bailar», reza un aforismo de Santos Discépolo, epítome indiscutible de este baile suburbial y estigmatizado que, cuentan, surgió en los burdeles porteños.

Fue en el París ruidoso de la Moulin de la Galette, a principios del siglo XX, donde se refinó y sofisticó de cara al mundo, gracias a la intercesión de los «niños bien» bonaerenses, que llevaron a la Ciudad de la Luz una danza que aprendieron en el brumoso parqué de los lupanares argentinos y que les estaba vedado bailar en sociedad.

De París a América, este conglomerado de habanera hispana, acordeón germánico, ritmo africano y un vago aroma de cuchillería palermitana, se lanzó al mundo -desposeído ya de su aura proscrita- como el más sensual dechado de posturas que ha ideado el hombre para la verticalidad del baile. Ninguna capital del mundo se ha resistido, desde entonces, a esta «mitología de puñales», a esta «canción de gesta perdida entre sórdidas noticias policiales», al decir de Borges.

Por supuesto, Sevilla también baila tango. «Hay mucha gente interesada en el tango aquí. El año pasado se celebró en Sevilla la Cumbre Mundial de Tango. Pero lo cierto es que, aunque hay mucha afición, hay muy pocas escuelas», comenta Alberto.

Tal vez de su éxito en Argentina dependa suplir este déficit; pero Gastón se muestra cauto al respecto: «Mi único consejo es que vivan la experiencia, que disfruten del tango en Argentina y que aprendan. El nivel es muy alto y hacer cálculos sería absurdo, pues compiten más de doscientas parejas de todo el mundo», explica.

Efectivamente, bailarines de los cuatro puntos cardinales se concitan, entre el 17 y el 27, en Buenos Aires para hacerse valedores de los cinco mil euros en liza, pero sobre todo del prestigio de encabezar, en la misma patria del tango, el ránking de destreza sobre la pista.

No existe plataforma más idónea para consolidarse en esta compleja disciplina. Y Alberto y Maika lo saben. Pero, aunque se apuntan a la prudencia de Gastón, lanzan un atrevido guante: «nuestro único objetivo es hacer mella, como "gallegos", en Buenos Aires». Así sea.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico
Reporta un error en esta noticia