Una quinta columna barcelonista se ha hecho con las calles de Londres en las 24 horas anteriores a la final de Champions entre los campeones de las ligas española y británica. A la estación Victoria llegan todavía “trolley” en mano los últimos culés, enfundados en el equipaje completo del equipo blaugrana y con todos los complementos que el frío londinense exige: bufandas, gorros y banderas a modo de capa. En la estación de metro de Embankment, donde muchos han aprovechado la mañana para hacer turismo por los nuevos espacios culturales y restaurantes del Támesis, un controlador jocoso tarareaba por megafonía el himno del Barça, a coro con las decenas de culés que pasaban por la estación.
A estas horas, miles de seguidores del FC Barcelona forman en el metro de la ciudad una marabunta multicolor con un destino único: el estadio de Wembley, que abre sus puertas a las 16’30 hora local (17’30 en la península). El legendario campo de la selección inglesa fue reconstruido en 2007 para albergar a 90.000 personas, y será en al Olimpiadas de 2012 la sede de las competiciones masculinas y femeninas de fútbol.
Desde el viernes por la noche, la capital británica es un delirio azulgrana. Ayer, a la plaza de Picadilly solo le faltaba que el Almirante Nelson bajara de su columna a abrazarse a la masa culé. Los bares de la zona del Soho londinense sirvieron anoche cerveza a destajo a barcelonistas de todos los humores y colores: familias enteras con abuelos incluidos, grupos de mujeres, grupos de hombres, castellanoparlantes y catalanoparlantes y, por supuesto, londinenses de diversas razas y credos seguidores de los locales Arsenal o Chelsea, enemigos acérrimos del Manchester United. Nunca la afición del club catalán fue más universal, al mezclarse la diversidad de la propia sociedad barcelonesa con la composición de la ciudad más cosmopolita del mundo.
Londres, inundada de culés
“No es lo mismo que te toque jugar en el estadio olímpico de Moscú que en Wembley, va a ser impresionante”, explica Óscar, que ha venido con su padre desde Madrid, ciudad en la que trabaja. “Manchester está más cerca, así que va a ser duro hacerse con el ambiente”, cree. Las estimaciones indican que la mayoría de los barcelonistas han viajado hoy mismo para ver la final, aunque otros aprovecharon la víspera para hacer turismo. “El Barça no llega fuerte, vamos a ver qué pasa”, explica con cautela el jefe de la expedición de dos familias con hasta seis niños y un abuelo, que cenaron ayer en el local de un conocido chef inglés.
Algunas estimaciones hablan de la presencia de hasta 20.000 culés en la ciudad, y las agencias de viajes calculan que más de 200 aviones –de los cuales más de 150 eran chárter- han traído a esta multitud desde los aeropuertos de El Prat y Barajas, pero también Reus y Girona. Confiados en la victoria, en los grupos comentan lo que muchos consideran un reparto injusto de las entradas para ver la final. “Muchísimo ingleses han venido a Barcelona a comprarlas carísimas en la reventa; aquí han viajado muchos seguidores del Barça confiados en comprar en la reventa, pero lo van a tener difícil”, explica un barcelonés de mediana edad mientras escudriña el mapa del metro de Londres para decidir su ruta.
Ganas de revancha
En los aledaños del estadio, miles de culés han sido los protagonistas desde el mediodía, inundando de banderas blaugranas el ambiente y las crónicas de la prensa local. “Hace dos años, fueron los toreros españoles [sic] quienes reinaron en Roma, pero hoy los leones ingleses tienen la venganza en sus miras y el deseo en su corazón”, escribe inflamado Jonathan Stevenson en la BBC. Y es que, aunque menos visible hasta estas horas previas al partido, en la mente de todos los barcelonistas está la temible afición del campeón de la Premier, que llega a la cita con el orgullo de club recuperado, las siglas MUFC en ristre y sin el desgaste competitivo del Barça.
Preguntado por las opciones de su equipo, un grupo de seguidores del Manchester responde con una contundencia que deja helados a los culés presentes: “¡Uuuuuggggrrrrrr!”, exclaman a coro a la pregunta del periodista. Y de ahí, al circo de los gladiadores.







