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La madre coraje del Aljarafe

Una página de un periódico cambió la vida de Gemma Carabias. En ella aparecía un reportaje sobre una familia que había adoptado a una niña con síndrome de Down. Fue todo un descubrimiento para ella

Gemma Carabias con uno de sus hijos con parálisis cerebral. ABC

Una página de un periódico cambió la vida de Gemma Carabias. En ella aparecía un reportaje sobre una familia que había adoptado a una niña con síndrome de Down. Fue todo un descubrimiento para ella, que con tan sólo 25 años de edad supo que, precisamente, hacer algo similar, era lo que necesitaba para darle un mayor sentido a su vida.

Por ello, aprovechó su experiencia laboral con personas con parálisis cerebral y no se lo pensó dos veces, puso en marcha todo el proceso de adopción y, a pesar de ser madre soltera, en un año Vicente entró en su vida cuando tan sólo tenía 23 meses. A pesar de que su enfermedad no le permitía controlar ni el tronco ni la cabeza, Gemma asegura que los primeros días con su hijo «fueron como los de cualquier madre primeriza. Te entra agobio porque no sabes qué hacer, por qué llora o por qué se pasaba todo el día chillando», como fue su caso. Nunca se ha arrepentido de la decisión que tomó y muestra de ello es que se lanzó a buscar un hermano a su hijo. Carlos, también afectado de parálisis cerebral, entró en la familia más o menos a los cinco años y asegura que «era el complemento que necesitaba su hermano y han congeniado muy bien». Y hace aproximadamente unos tres años se hizo cargo en acogimiento permanente de José Antonio, el mayor de la familia, que ahora tiene 14 años y que ha encontrado la estabilidad con Gemma, algo que necesitaba después de haber pasado por tres familias de acogida.

Para ella, la clave del éxito como madre de estos niños está en tener una vida bien estructurada y a base de mucho horario. Un lunes cualquiera, por ejemplo, Gemma se levanta a las seis de la mañana para sacar a la perra a la calle, cuando vuelve despierta a sus dos hijos pequeños, los viste y levanta al mayor, que es el que se hace cargo de llevarlos al colegio, puesto que Gemma se marcha a ejercer su profesión de fisioterapeuta. Por la tarde, según relata, las actividades pueden variar. El lunes, por ejemplo, lo dedica para hacer la compra, aunque el resto de días o van al logopeda, a la piscina, o la actividad que les toque.

Complicaciones con gusto

Desde el punto de vista físico asegura que sus dos hijos menores pueden ser un poco más complicados, asegura que poco a poco «te vas habituando y que si te organizas te sobra hasta tiempo». Además, reconoce que la alegría que le dan supera cualquier dificultad: «Ellos son muy agradecidos, tú les das un poquito pero ellos te lo dan todo. Ven el mundo de otra manera distinta a los demás y lo que más me gusta de ellos es que se superan día a día. Son una caja de sorpresa», como la que le dio su hijo mediano, recibiéndola en la guardería por primera vez con un abrazo a los dos años de estar viviendo con ella. «Ese momento es inexplicable. Dije: Ya se ha dado cuenta de que soy yo la que vive con él», relata, comentando que cuando el niño se fue con ella era muy reservado y apenas se le podía tocar debido a su mala experiencia anterior.

El pequeño, por su parte, no habla, mientras que el mayor también le dio una grata sorpresa hace poco llamándola mamá, aunque al principio le dijo que nunca lo haría por lo que para él supone ese concepto. O también recuerda cómo Vicente comenzó a andar cuando ella estaba tratándose un cáncer que le diagnosticaron. «En esa época tenía que entrar y salir mucho por el tratamiento y un día salió andando», recuerda con emoción. Gemma reconoce que, evidentemente, no es fácil, pero que «hay que currárselo. Es una experiencia muy bonita y que te enriquece mucho. Está claro que hay momentos duros, pero como ocurre en cualquier familia».

Respecto a José Antonio, asegura que, por todo lo que ha vivido, «es un adulto en potencia. Al principio me asustaba un poco, porque había estado en tres casas y en varios centros, pero es un tío muy legal. Lo bonito del acogimiento es que tienes que cambiar el chip para enseñarle algo diferente de lo que han vivido en el centro y te queda la satisfacción de que sabes que has hecho algo seguro para cambiarle la vida. Nunca tiene tus apellidos ni un nombre que tú has elegido, pero te da igual».

Luchando por una bici adaptada

Muchos se preguntarán cómo se las apaña una mujer soltera y con tres hijos como Gemma para llegar a final de mes, teniendo en cuenta que los niños con parálisis cerebral requieren diverso material adaptado a sus necesidades que suponen un gasto extra. Por ejemplo, el año pasado Gemma adquirió un comunicador para Carlos que consiguió que le patrocinaran, puesto que no habla, y ahora se encuentra buscando la forma de poder reunir los 1.500 euros que le cuesta una bicicleta adaptada, porque «le encantan y se le van los ojos cuando ve una». Pues para ello tan sólo cuenta con su sueldo y con los 40 euros al mes que percibe cada hijo con parálisis.

Ahora, además, ha encontrado también la colaboración de su cuñada, Chechu, que por circunstancias de la vida se ha ido a vivir a su casa con su pequeño de seis meses. Pero lo más importante de todo es que Gemma ha encontrado en ella la compañía de un adulto que a veces ha echado en falta. A Gemma le gustaría poder conseguir contando su historia lo mismo que lograron cuando ella leyó aquel periódico que cambió su vida. Por ello, anima a las familias a adoptar a niños que, «aunque no sean chiquititos y bonitos», no tienen culpa de la vida que les ha tocado y de los que asegura que «viven la vida de una forma de la que nosotros nunca seremos capaces de vivirla».

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