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La balada, un género imprescindible en la historia de la música popular
Día 30/11/2010 - 12.42h
No todo ha de ser fiesta, juerga y baile en el planeta de la música popular. Qué sería del cancionero tradicional (y del de hoy mismito) sin las baladas, esas piezas centenarias donde desde hace siglos encuentran asilo y cobijo los corazones rotos, las almas malheridas. Melancólicas, nostálgicas, angustiosas, despechadas, en las baladas el cantor y su público hayan consuelo, se explayan a sus anchas recordando el terruño lejano, la patria chica remota o el más adolescente y sentimental de los desamores.
El rock también ha tenido grandes baladistas. ¿Alguien puede superar el «Love me tender» o el «I’falling in love tonight» de Elvis, o el «Yesterday» de los Beatles, o «The river», de Springsteen o incluso la memorial «Escalera al cielo» de Led Zeppelin? El origen y las raíces como en casi todo lo que huele a rock and roll hay que buscarlo en Gran Bretaña y en Irlanda, desde donde baladas inmemoriales se incrustaron en el alma de los emigrantes y colonos, que luego le fueron añadiendo y cambiando sucesivamente la letra, adaptándolas a sus propias cuitas y preocupaciones.
Algunas de las más memorables baladas del siglo XX tienen aroma campero, huelen a ternero y a frontera, viajaron a lomos de un caballo camino del Lejanísimo Oeste. Y de ahí, la historia es sabida, hasta la explosión rockanrrolera de los 50, aunque antes tipos como Sinatra o Dean Martin también supieron a la perfección lo que era cantarle a las entretelas de un corazón dolorido por el desconsuelo o la nostalgia.
La balada, ese género imprescindible que nos da pena, penita, pena. Como la pieza que adjuntamos, «The boys from County Mayo», en la desgarradora versión de Pete Seeger: «Han pasado muchos años desde entonces, cuando con el corazón roto por la tristeza dejamos la tierra del trébol. Cómo nos gustaría regresar allí mañana mismo y revivir los días de nuestra juventud y de nuestra infancia, esos recuerdos que nos persiguen allá donde vayamos. Pero ahora, nosotros y nuestros viejos amigos, lloramos ahora exiliados, lejos del Condado de Mayo».