sol921

Música / EL JUKEBOX DE LA HISTORIA

The Waterboys: viento en las velas

Día 10/05/2011 - 11.17h

Treinta años después, el grupo de Mike Scott, sigue yendo y viniendo por el mundo de la música popular

ABC
The Waterboys

Si uno, hombre pío, devoto y creyente en estas cuestiones acude a la Biblia del Rock & Roll, se encontrará con que el protagonista semanal de nuestra gramola está influido, nada más y nada menos, que por gente tan variada como grandes grupos de folk (The Chieftains, Planxty, Steeleye Span, The Incredible String Band, Fairport Convention), pero también por luminarias del pop (los Beatles) el rock más musculoso (Patti Smith, Springsteen, Neil Young), el punk-rock (The Clash), los juglares clásicos (Donovan, Dylan), y hasta por el gran perdedor del country y de la vida: Hank Williams. Un poquito de eso, y de alguna cosa más, está grabado en la cabeza y el alma del escocés Mike Scott, ente y mente pensante durante prácticamente tres décadas de los Waterboys, grupo que ha cambiado tantas veces de formación que el propio Mike se considera «el rey de las pruebas y las audiciones», dada la cantidad ingente de personal que se ha incorporado a la formación desde que debutara en 1983 con un disco titulado sencillamente «The waterboys», nombre procedente de una canción de Lou Reed, «The kids»: «I am the Water Boy, the real game's not over here/But my heart is overflowin' anyway».

Dos años después, llegaba «This is the sea», donde se encontraba la épica, grandiosa, colosal «The whole of the moon»: «Me imaginé un arco iris que sostenías en tus manos. Vagué durante años y años por el mundo, con el viento en los talones, con el viento en las alas. Vi unicornios y balas de cañón, palacios y muelles, trompetas, torres y casas y amplios océanos llenos de lágrimas».

Buenos tiempos para la épica

Era aquel un rock de aliento épico que no era ajeno a las aprovechadas lecturas poéticas de Scott (Rimbaud, Byron, Blake, Dylan Thomas, Yeats) a la emotividad de su voz y al detallismo que en «The whole of the moon» alcanzaba el paroxismo. A ello contribuyeron todos los componentes de la banda. Una apabullante sección rítmica en la que bajo y batería simulaban imitar el ritmo y el estruendo de la fragua de Vulcano, mientras la trompeta de Roddy Lorimer parece anunciar el Juicio Final, el springstininiano (bueno clarenceclemonsiano) saxofón de Anthony Thistlethwaite es como un agujero negro y el violín, diabólico o angelical (a estas alturas aun no he conseguido saberlo), invita a bailar a los duendes de este y otros mundos. Todo con el contrapunto de la segunda voz de Max Edie, a la que se cuenta que Scott pidió que cantara como una niña de siete años.

En la siguiente entrega, «Fisherman’s blues», Mike se sumergió en la música folk de raíces célticas, otro de sus dominios, aunque, curiosamente, el primer acercamiento seudoprofesional a la canción de Mike Scott había llegado con un fanzine que editaba siendo un adolescente a finales de los 70 de nombre «Jungleland», como una de las canciones del «Born to run» de Bruce Springsteen.

A partir de entonces, hubo separaciones y nuevas reuniones del grupo, constantes cambios de formación, parones, regresos y la nada desdeñable carrera en solitario del propio Mike, que nos traen hasta ahora mismito cuando se publica «In special place», una colección de las demos con piano y voz de todas las canciones de «This is the sea».

Un detalle de Mike, un tipo que sin figurar en la Champions de la música pop, sí ha mantenido durante tres décadas una carrera bastante auténtica y una propuesta muy personal en la que sin olvidarse de la tradición de su tierra escocesa (y aledaños célticos) ha sabido unirla con propuestas rockeras y musicales generalmente muy saludables. Desde luego, es totalmente verdad aquello que escribió en «The whole of the moon», porque su vida ha sido la de un juglar con el viento en los talones, con el viento en las velas.

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