Entrevistas
Guía de la Feria:
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De los Windsor al conde Lecquio
MANUEL CONTRERAS
Son
inconfundibles: pantalón corto, rostro cansado, mochila en ristre
y plano en la mano que enarbolan con desesperación mientras preguntan
al transeúnte en qué caseta pueden entrar. Sea por el colorido,
la magia del flamenco, la fascinación taurina, el mito de Carmen
o vaya usted a saber si por la afición a los caldos de la tierra,
lo cierto es que la Feria ha despertado tradicionalmente una encendida
seducción en el extranjero. Un embrujo al que no se han sustraido
iconos planetarios: desde gobernantes a estrellas cinematográficas
de prinmera línea mundial saben lo que es pasearse por el real.
Así, hubo un tiempo en que no era difícil encontrar sobre
un coche de cabalos a Rainiero y Grace Kelly,
Ava Gadner o Rita Hayworth, acaso atraida por
sus ancestros aljarafeños. En 1966, Jacqueline Kennedy
fue portada del Life montada a la grupa del caballo de Fermín
Bohórquez —bajo el poco imaginativo titular de «Jackie
in Spain»— unos meses antes de convertirse en señora
de Onassis, y Esther Williams admiró la opulencia
estética de los trajes de gitana, tan lejana de sus trajes de baño.
Siempre acompañada, eso sí, de Ricardo Montalbán.
Tanto Gina Lollobrigida como Brigitte Bardot
despertaron miradas de contenida lascivia en los hombres de la Sevilla
franquista de finales de los 60, los mismos hombres que distrajeron a
sus mujeres al paso por el real de Anthony Quinn o Richard
Burton. Orson Welles paseó en coche de
caballos con su inevitable puro, y Michael Douglas alabó
la «luminosidad» de la Feria junto a su todavía esposa,
Diandra, cuando ya había sido seducido por la luminosidad galesa
de Catherine Zeta Jones, según supimos después.
Por cierto, que Douglas dejó atónitos a los periodistas
sevillanos cuando sondearon al actor sobre sus conocimientos de Sevilla
más allá de la Feria: «También conozco al Betis»,
aseguró.
Eran unos años en los que la Feria era una fiesta de exótica
elegancia, en la que con frecuencia aparecían integrantes de casas
reales de lo más diverso: desde los ya citados Rainiero y Grace
a la emperatriz Soraya y su esposo, el Sha Reza
Palhevi, pasando por el esposo de Ana de Inglaterra,
Mark Philips, quien juzgó con precisión
y sobrio entusiasmo el Jerez que le ofrecieron en Pinedilla en los años
70: «Excelente», dijo.
Era una Feria familiar, mesurada, equilibrada. Pero la Feria evolucionó,
como evolucionó la sociedad, y desde la mitad de los 80 se convirtió
en un fenómeno de masas que ha terminado afectando a los visitantes.
Se perdió el glamour, y en las últimas ediciones el denominado
famoseo se limita al desfile de estrellas del corazón que acuden
a los programas televisivos emitidos desde el real. De la familia real
británica al conde Lecquio, aclamado el pasado
año por una multitud vociferante y maleducada. Claro que este ganado
feriante probablemente sea a la Feria lo que el conde Lecquio a la nobleza.
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